“Aunque pueda parecer que en grandes partes del mundo los hombres de hoy dan la espalda a Dios y consideran la fe una cosa del pasado, existe todavía el anhelo de que finalmente sea establecida la justicia, el amor y la paz y que la pobreza y el sufrimiento sean superados, que los hombres encuentren la alegría" (Benedicto XVI, Homilía, 5-02-2011).
En el libro “Luz del mundo”, en el que Benedicto XVI responde a las preguntas que le hace Peter Seewald, resuenan como verdaderas llamadas de urgencia las respuestas que el Papa da sobre el momento actual y la presencia de Dios.
“El desarrollo del pensamiento moderno, centrado en el progreso de la ciencia, ha creado una mentalidad por la cual se cree poder hacer prescindible la “hipótesis de Dios”, como expresaba Laplace. El hombre piensa hoy poder hacer por sí mismo todo lo que antes sólo esperaba de Dios. Según este modelo de pensamiento que se considera científico, las cosas de la fe aparecen como arcaicas, míticas, como pertenecientes a una civilización pasada (…). El hombre ya no busca el misterio divino” (p. 144).
“Las nuevas ideologías han llevado a una suerte de crueldad y deprecio del hombre, antes impensables, porque se hallaba todavía presente el respeto por la imagen de Dios, mientras que, sin ese respeto, el hombre se absolutiza a sí mismo y todo está permitido, volviéndose entonces realmente destructor” (p. 67).
“Si lo único que se hace es impulsar hacia delante el propio poder, sirviéndose del propio conocimiento, ese tipo de progreso se hace realmente destructivo”. (…) ¿Qué es realmente el progreso? ¿Es progreso si puede destruir? Surge la reivindicación de que la ciencia es indivisible, lo que se puede hacer, hay que poder hacerlo. Todo lo demás iría contra la libertad. ¿Es verdad esto? Yo pienso que no” (p. 57).
“Para muchos el ateísmo práctico es hoy la regla normal (…) Si esa postura se convierte en la actitud general en la vida, la libertad no tiene ya más parámetros, todo es posible y todo está permitido. Por eso también es urgente que la pregunta sobre Dios vuelva a colocarse en el centro. Por supuesto, no se trata de un Dios que de alguna manera existe, sino de un Dios que nos conoce, que nos habla, y que nos incumbe. Y después, será nuestro juez” (p. 62).
“La verdad del pecado original se confirma. Una y otra vez el hombre vuelve a caer de su fe, quiere volver a ser solamente él mismo, se vuelve pagano en el sentido más profundo de la palabra. Pero una y otra vez se pone también de manifiesto la presencia divina en el hombre. Ésta es la lucha que atraviesa toda la historia” (p. 72).
“Hoy, lo importante es que se vea de nuevo que Dios existe, que Dios nos incumbe y que Él responde. Y que a la inversa, si Dios desaparece, por más ilustradas que sean todas las demás cosas, el hombre pierde su dignidad y su auténtica humanidad, con lo cual se derrumba lo esencial” (p. 78)
“Los hombres reconocen que, si Dios está ausente, la existencia se enferma y el hombre no puede subsistir; que necesita una respuesta que él mismo no es capaz de dar. En tal sentido, éste es un tiempo de adviento, que ofrece muchas cosas buenas” (p. 75).
“Por eso, creo yo, hoy debemos colocar, como nuevo acento, la prioridad de la pregunta sobre Dios” (p. 78). “Realmente necesitamos, en cierto modo, islas en las que la fe en Dios y la sencillez del cristianismo estén vivas e irradien; oasis, arcas de Noé en las que el hombre pueda refugiarse siempre de nuevo” (p. 184).
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