El papa acudió ayer a su cita semanal en el Aula Pablo VI con los fieles y peregrinos venidos de distintos países, quienes lo esperaban para una nueva catequesis por el Año de la fe.
En esta oportunidad, el papa centró su enseñanza en la “racionalidad de la fe en Dios”, no sin antes recordar que la tradición católica ha rechazado siempre el llamado fideísmo, que es una “voluntad de creer en contra de la razón”, algo que ya limita con lo absurdo. Fue claro en distinguir que “Dios no es absurdo, cuanto más es misterio”. Y que este misterio a su vez, “no es irracional, sino sobreabundancia de sentido, de significado y de verdad”.
En una didáctica comparación con el modo en que el hombre se enceguece cuando mira de frente al sol, comparó así a la razón que observa el misterio y lo ve oscuro. Pero no es oscuro porque le falte luz, sino porque –al igual que cuando se mira al sol--, lo que proviene de él es demasiado intenso para lo que puede soportar la sensorialidad del que cuestiona.
El misterio es accesible
Sin embargo, la fe sí permite ver el "sol", que es Dios, porque esta “(acoge) su revelación en la historia y, por así decirlo, recibe realmente todo el brillo del misterio de Dios”. Por este motivo, continúa el Catequista universal, “Dios, con su gracia, ilumina la razón, abre nuevos horizontes, inconmensurables e infinitos”, lo que niega que la razón humana esté bloqueada por los dogmas de la fe, como lo han asegurado algunos pensadores contemporáneos.
“La fe católica es razonable y brinda confianza también a la razón humana”, fue una frase que trajo confianza al auditorio, que muchas veces se ha reunido allí mismo para escuchar al hoy beato Juan Pablo II, quien en la encíclica Fides et Ratio resumió este tema del siguiente modo: "La razón del hombre no queda anulada ni se envilece dando su asentimiento a los contenidos de la fe, que en todo caso se alcanzan mediante una opción libre y consciente" (n. 43).
Por tal motivo, para Benedicto XVI, el camino para llegar hasta Dios y a la plenitud de su ser, “es una relación armoniosa entre la fe y la razón”.
Para hacer más sólido su argumento, se refirió también a los dos grandes pilares de la Iglesia, san Pedro y san Pablo. Ya el primer papa lo exhortaba a los primeros cristianos, de que debían estar "dispuestos a dar respuesta a todo el que les pida razón de su esperanza" (cf. 1 Pe. 3,15). Por su lado, y luego de visitar lugares diversos e interrelacionarse con tantas culturas, el Apóstol de los gentiles lo proclamaba así en la Carta a los Romanos: "Porque lo invisible [de Dios], es decir, su poder eterno y su divinidad, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras" (cf. 1,20).
Una fe sin conflicto con la ciencia
Basado sobre “este nexo profundo” entre entender y creer, como lo denomina Benedicto XVI, destacó la relación virtuosa que hay entre la ciencia y la fe. Porque según dijo, si la investigación científica conduce al conocimiento de la verdad sobre el hombre y sobre el cosmos, esta debe fomentarse, y usó como ejemplo “la investigación puesta al servicio de la vida”, cuyo objetivo es el erradicar las enfermedades.
Y por lo mismo que la fe no está en conflicto con la ciencia, sino más bien “coopera con ella (a través de) criterios básicos que promuevan el bien de todos”, no claudica a su deber de pedirle “que renuncie a aquellos intentos (contrarios) al plan original de Dios, (que) puedan producir efectos que se vuelvan contra el hombre mismo”, advirtió.
La centralidad del Evangelio
Ante los diversos desafíos que presentan los hechos de la realidad a los hombres de hoy, es crucial para el papa “abrirse a la fe y conocer a Dios y su designio de salvación en Jesucristo”. Porque es en él que “se inaugura un nuevo humanismo, una verdadera "gramática" del hombre y de toda realidad”, añadió.
Por eso auguró que el compromiso en la evangelización, “ayude a dar una nueva centralidad del Evangelio en la vida de tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo (para que) encuentren en Cristo el sentido de la vida y el fundamento de la verdadera libertad”. Por que para Benedicto XVI es un hecho que “sin Dios, el hombre se pierde”.
Terminó con un llamado a “gastarse por Cristo, solo Él satisface los deseos de verdad arraigados en el alma de cada hombre”. “Es razonable creer, está en juego nuestra existencia”, fue su sentencia antes de despedirse de los fieles.
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