Convertirse es girar los pies, y ponerse en la dirección del que se nos revela Camino y Guía, Jesucristo.
Convertirse es fijar la mirada en quien se nos muestra modelo de humanidad, e iniciar o reiniciar un movimiento emulativo, no para ser visto por los hombres, sino por Aquel que penetra las entrañas y el corazón.
Convertirse es vivir tomando los valores del Evangelio como norma de vida, y hacer de la Palabra de Dios la hoja de ruta en el día a día, durante toda la existencia, que se simboliza en la cuarentena.
Convertirse es abandonar el seguimiento del pensamiento mundano, huir del espectáculo vanidoso y de la apariencia de virtud, para avanzar de manera discreta y coherente con la fe que se desea profesar en la Noche de Pascua.
Convertirse es obedecer las insinuaciones del Espíritu Santo, en relación con el trato con Dios en la oración, y en el trato con el prójimo con las obras de misericordia, como se simboliza en el ayuno solidario.
Convertirse es vivir de manera coherente la identidad recibida en el bautismo, y no contradecir con la propia conducta lo que profesan los labios.
Convertirse es no tener doblez de corazón, y ser el mismo ante Dios, que ve lo escondido, y ante la sociedad, sin negociar, según el ambiente, la identidad cristiana.
(Angel Moreno, de Buenafuente)
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