miércoles, 2 de abril de 2008

TERCER ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE JUAN PABLO II

En la Ciudad del Vaticano, el miércoles 2 de abril a las 10,30h, Benedicto XVI presidió en la Plaza de San Pedro la celebración eucarística en el tercer aniversario de la muerte del Siervo de Dios Juan Pablo II. Concelebraron con el Papa los miembros del colegio cardenalicio.

Dirigiéndose a más de 40.000 personas, el Papa rememoró en la homilía las horas del sábado 2 de abril de 2005 que siguieron a la noticia del fallecimiento de Juan Pablo II y los innumerables fieles que rezaron ante el cadáver y participaron en el funeral.

Benedicto XVI destacó "entre las tantas cualidades humanas y sobrenaturales" del difunto pontífice su "excepcional sensibilidad espiritual y mística. Bastaba observarlo -dijo- mientras rezaba: se sumergía literalmente en Dios y parecía que en aquellos momentos todo el resto le resultase extraño. (...) La Santa Misa, como repetía con frecuencia, era para él el centro de cada jornada y de toda la existencia. La realidad "viva y santa" de la Eucaristía le daba la energía espiritual para guiar el Pueblo de Dios en el camino de la historia".

El Papa señaló que las palabras del Evangelio de la misa del día "No tengáis miedo", que dirige el ángel de la resurrección a las mujeres en el sepulcro vacío, "se convirtieron en una especie de lema en los labios del Papa Juan Pablo II desde el inicio solemne de su ministerio petrino".

Estas palabras, continuó, "las pronunció siempre con inflexible firmeza, alzando el bastón pastoral que culmina en la Cruz y después, cuando sus energías físicas iban disminuyendo, casi como aferrándose a él, hasta aquel último Viernes Santo, en el que participó en el Via Crucis desde la capilla privada, estrechando la Cruz entre sus brazos. (...) También aquella elocuente escena de sufrimiento humano y de fe, indicaba a los creyentes y al mundo el secreto de toda la vida cristiana".
El Santo Padre afirmó que conforme el difunto pontífice polaco "era despojado de todo, al final incluso de la misma palabra, su confianza en Cristo se mostró con gran evidencia. Como sucedió con Jesús, también para Juan Pablo II, al final las palabras cedieron su lugar al extremo sacrificio, al don de sí. Y la muerte fue el sello de una existencia entregada totalmente a Cristo, conformada a El también físicamente en los rasgos del sufrimiento y del abandono confiado en los brazos del Padre celestial".

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