La comunidad francesa de las Hermanitas Discípulas del Cordero acoge desde hace más de veinte años a religiosas con esta discapacidad
Hace apenas unos días que un actor con síndrome de Down, Pablo Pineda, ganaba el premio al mejor actor en el Festival de Cine de San Sebastián, con una película («Yo, también») que habla de amor, de ternura y de la capacidad del ser humano para romper barreras. La misma historia que se lleva viviendo desde hace 24 años en el monasterio de Le Blanc, en Francia. Allí, la comunidad de Hermanitas Discípulas del Cordero acoge a jóvenes con síndrome de Down en su congregación. Una característica atípica en el mundo de las comunidades religiosas, donde las exigencias propias de algunas congregaciones hacen muy difícil esta integración.
La posibilidad de que una persona con discapacidad pueda formar parte de una comunidad depende de los requerimientos de cada una: «Lo importante es que esta discapacidad no constituya un obstáculo o dificultad insuperable para poder llevar adelante la vida propia de la congregación, orden o instituto. No se trata de una especie de discriminación, sino más bien de un acto de caridad para con estas personas, pues puede ser muy frustrante para ellas el no poder realizar aquello a lo que se han comprometido al emitir los votos», explican desde la web http://www.vocación.org/.
Pero para las Discípulas del Cordero, no existe impedimento alguno. Fundada en 1985, su vocación es eminentemente contemplativa, basada en la Regla de San Benito y en el camino de la Infancia Espiritual de Santa Teresa del Niño Jesús, y ofrece a las jóvenes con síndrome de Down la posibilidad de realizar su vocación religiosa, acompañadas por otras Hermanas «válidas» de la comunidad.
«Aunque en el ámbito del espiritual, los términos de “validez” y de “discapacidad” deben relativizarse», afirma la hermana Line, responsable de la comunidad. «La discapacidad más grave ¿acaso no es la producida por el pecado, que obstaculiza la vida de Dios en el alma?», se pregunta. «Una persona que acoge plenamente la gracia se construye y se abre también humanamente», asegura.La vida cotidiana se ajusta al «ora et labora» benedictino: participan en la misa, hacen oración y realizan trabajos de costura, bordados, repostería, etc. La comunidad está asistida por el monasterio benedictino de Fontgombault. Hoy, la comunidad reúne bajo el mismo techo a diez hermanas, felices por igual.
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