Oración:
Señor, es fácil hablar de tu cruz,
extraer de los textos revelados el sentido sapiencial,
luminoso, transfigurador,
por el que resplandece lo oscuro,
y el dolor se convierte en privilegio.
¡Sentido profético de las heridas,
convertidas en futuros títulos de gloria!
Pero, cuando se siente el zarpazo de la prueba,
el peso de la cruz sobre los hombros,
la impotencia en el sufrimiento,
el abismo en los pies,
el discurso estético suena a hueco,
y las palabras amigas se quedan a distancia.
Encerrarse en la soledad estigmatiza,
quedarse con el sentimiento dolorido,
de forma introvertida, destruye,
al mirar a los otros, que al parecer viven mejor,
se siente agravio.
Hacer como si no pasara nada, cuando duele el alma,
tiene el riesgo de romperse por dentro.
Aguantar tiene su límite,
y en el peor momento se corre el riesgo del descontrol,
seísmo que hunde aún más en desespero.
Hoy, ante tu Cruz, comprendo la luz que significa
poner en alto, junto a ti, lo que más duele.
Al hacerlo, además de sentir alivio,
se respira más libre, se descubre el sentido
del dolor redentor, sagrado,
hasta el extremo de convertir en amor el sufrimiento.
Tu Cruz se convierte en soporte,
convierte la condena en victoria,
la muerte en vida, el dolor en siembra fértil,
la noche en luz, lo necio en sabio,
la prueba en ocasión de amor.
¡Déjame, Señor, cargar en tu cruz mi dolor,
mi noche, mi prueba, para que en ti y como Tú,
la cruz me dé ocasión de amor!
14 de septiembre de 2010
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