María Purísima de la Cruz, beatificada sólo doce años después de su muerte. Se trata de la superiora de las Hermanas de la Compañía de la Cruz de Sevilla
Su postulador, el padre Alfonso Ramírez Peralbo OFMCap la define como “la humildad personificada”. Se trata de la madre María Purísima de la cruz, quien murió el 31 de octubre de 1998, beatificada el pasado Domingo día 19 en Sevilla, por monseñor Angelo Amato, prefecto para la Congregación de la Causa de los Santos, en representación del Papa Benedicto XVI.
“En la casa de Dios no hay oficios bajos, todos son altos”, era la frase que solía repetir la futura beata, quien durante 22 años fue la superiora general de las Hermanas de la Compañía de la Cruz de Sevilla, fundada en 1875 por Santa Ángela de la Cruz.
Al descubrir su vocación a la vida religiosa, ingresó en 1944 en el Instituto de las Hermanas de la Compañía de la Cruz de Sevilla. En una documentación enviada a ZENIT el padre Ramírez asegura que durante el período de formación, la futura beata manifestó “el amor a la pobreza, un comportamiento humilde y un espíritu de obediencia desinteresado y convencido”.
Luego pasó a dirigir el colegio de Lopera, cerca de Jaén. En 1966 fue llamada a la casa Madre de Sevilla donde sirvió como auxiliar de noviciado y luego como maestra de novicias. Dos años más tarde la Congregación hizo la experiencia de vivir en Provincias y ella fue nombrada Provincial de una de estas. Esta experiencia no tuvo aceptación y, por consiguiente no prosperó; luego fue Consejera General, después aún Superiora de la comunidad de Villanueva del Río y Minas (Sevilla) y en el 1977 fue elegida Madre General del Instituto.
Durante su generalato fue beatificada su fundadora Ángela de la Cruz (noviembre de 1982), quien fue canonizada en 2003. La madre María Purísima de la Cruz también recibió en su casa a Juan Pablo II quien fue a visitarlas después de presidir la ceremonia de beatificación. Pese a que siempre desempeñó cargos importantes en su comunidad, la futura beata nunca se vanaglorió por ello: “Su ideal era siempre pasar sin hacer ruido, procuraba llamar la atención lo menos posible; no quiso nunca aparecer, buscaba siempre los puestos más bajos”, dice el padre Ramírez.
“Era la primera en tirarse al suelo para fregar”, recuerda su postulador. “Estando siempre al quite para hacer los trabajos más humildes, arremangándose con prontitud para lavar a los enfermos pordioseros, amortajar a los ancianos más pobres, bajando hasta las cuevas más recónditas de los que sufren, amiga del barro donde viven los pobres, de los bohíos de los marginados, de la gente solitaria, limpiando los servicios de la casa sin que las hermanas se percataran de ello”, cuenta.
Según el padre Alfonso Ramírez, una de sus principales virtudes fue la fidelidad al carisma iniciado por la fundadora, el cual vivió “no como una cansada repetición de fórmulas ensayadas, sino como un deseo de creatividad para ir al encuentro de las exigencias que el Señor le iba haciendo comprender”.
Se preocupaba por la formación permanente de las hermanas, especialmente de quienes tuvieran problemas o desorientaciones en su vocación “su testimonio de vida constituyó un punto seguro de referencia para muchas de ellas”, asegura el padre Ramírez, quien destacó también su actitud maternal ante sus hermanas de comunidad: “sabía corregir con cariño y comprensión, poniéndose siempre a la altura de la otra persona”.
Fue tal el crecimiento vocacional que tuvo la comunidad bajo la autoridad de la futura beata que tuvo la tarea que abrir nuevas casas en algunas localidades de España como Puertollano, Huelva, Cádiz, Lugo, Linares, Alcázar de S. Juan. También en Reggio Calabria, Italia.
Para su postulador, una de las principales cualidades fue “su personalidad serena y jovial” la cual “contribuía a crear un clima de confianza y de comunión”. Dones que iban acompañados de una intensa vida espiritual, “vivida con clara conciencia de la presencia de Dios y en la constante búsqueda de su voluntad, y alimentada en las fuentes de la oración y de la contemplación”.
“No nos permitamos el descanso, sigamos en la brecha”, decía ella. “El amor a Jesucristo es nuestro ideal, y acudiendo constantemente a él su gracia nunca nos faltará”. En 1994 le fue diagnosticado un tumor maligno y tuvo que ser operada. “Afrontó la enfermedad con gran docilidad a la voluntad de Dios y con fortaleza de ánimo y durante cuatro años continuó generosamente con su actividad”. Murió el 31 de octubre de 1998. “Cuanto más tiempo pasa más nos convencemos de que sólo Dios permanece y que el agradarle debe ser nuestra única misión”, dijo la futura beata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario