jueves, 29 de enero de 2009

NOS ESCRIBE CARLOS DESDE EL BRONX - NUEVA YORK

Queridos todos,

Ya hace cuatro meses que llegué al Bronx (New York) y la verdad es que… ¡se me han pasado volando! Y quizá sea éste el mejor signo de que el tiempo pasa feliz. Sí, tengo que dar muchas gracias a Dios por este año, que está siendo para mí un año especial. Ya os conté hace un par de meses qué cosas hago por aquí. Respecto a las Navidades, al principio me resultaban muy inciertas, porque yo era el único aquí que no tenía realmente a dónde ir. Pero el Señor nos cuida bien, y Él pone gente maravillosa en nuestro camino. Así que, a pesar de un catarro terrible que pillé por tanto frío y tanta nieve, todo fue fenomenal. La Nochebuena la pasé con mi responsable Frank Skelly y las misioneras socorristas, unas monjas –todas hispanoamericanas– muy cariñosas, con las que tuve la oportunidad de compartir una misión en el pasado noviembre. La Navidad la celebré en familia, es decir, con la familia de Lenny, un redentorista neoyorkino, pero de familia puertorriqueña. Finalmente, la Nochevieja (aquí, New Year’s Eve) la pasé con una familia argentina encantadora que, puesto que tienen a los hijos lejos, casi me han ‘adoptado’ como uno más entre ellos. Algunos me preguntaron si no fui a celebrarlo a Times Square… ¡No! Ya no sólo porque estuviera completamente abarrotado, sino porque además esa noche fue una de las más frías desde hacía mucho tiempo. También tuve la oportunidad de recibir algún que otro regalo de parte de Santa (como llaman aquí a ese gordinflón llamado Papá Noel) y, cómo no, de sus majestades los Reyes Magos.

Y el nuevo año ha venido marcado por la llegada de un cura joven a nuestra comunidad. Se llama Thomas McCluskey y ha acelerado bastante el ritmo de actividades aquí en la parroquia. Una de las decisiones tras su llegada fue visitar a todos los enfermos de la parroquia que, desafortunadamente, son muchos. La intención es visitarlos a todos, confesarles, leerles el Evangelio y predicarles, darles la unción y la eucaristía. Y, ¡madre mía! Ellos sí que saben de amor. Tras cada visita salgo conmovido, y estoy empezando a pensar que es ahí –y sólo ahí–, en el sufrimiento, donde el ser humano es completamente libre, donde su libertad es verdadera libertad, a pesar de los sufrimientos y de la inevitable tentación del ‘Aparta de mí este cáliz’. Sí, esta gente de aquí sabe bien lo que es el sufrimiento, y lo vive con una heroicidad propia de los santos, aunque ellos se consideran los más pobres y pecadores del mundo. Sigo repitiendo muchas veces lo de: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños» (Mt 11, 25).

La visita que más me marcó, sin duda alguna, fue la de un hombre de unos 40 años llamado Eddy. Aunque su salud era excelente, propia de un militar como él, un cáncer terrible le afectó al cerebelo y, a pesar de que sus facultades mentales permanecieron intactas, quedó sin movilidad y sin habla. Tremendo. Sin embargo, a pesar de esta cruz tan horrenda, él conserva una gran fe. Su madre, y él mismo, dicen a todos que está siendo un milagro del Señor que esté recuperando algo de movimiento, y que también pueda comunicarse, más con gritos entrecortados que con otra cosa. Curiosamente, la palabra que más repetía era la de ‘amén’, una y otra vez cuando el sacerdote o yo hablábamos. Cualquiera de nosotros nos rebelaríamos contra Dios por soportar una cruz tan pesada, en vez de responder con un ‘amén’ confiado. Por otra parte, como a mí siempre me gusta animar a los enfermos, le dije cosas para que se riera. Efectivamente, me despachó con la mejor de sus sonrisas aunque, poco después, comenzó a hacer ‘pucheros’ diciendo con su pobre voz que aquello era muy duro y que por eso no podía reír más. Un héroe, sin duda. Que Dios le bendiga siempre. Yo me quedé con ganas de, como Jesús con la hija de Jairo, agarrarle de la mano y decirle «Talitá kum», es decir, «Muchacha, a ti te digo, levántate» (Lc 5, 41). Pero uno empieza a comprender que hay una curación mucho más profunda que la corporal, una paz más honda que la sanación de una enfermedad particular, y que sin duda existen muchos sanos enfermos, y muchos enfermos sanos. Bendito sea Dios.

En fin, que no quiero enrollaros más. Os recuerdo a cada uno de vosotros. No olvidéis tenerme presente en vuestras oraciones: sabemos bien que es Él quien nos sostiene.

Un abrazo inmenso, Carlos

*La foto que adjunto la he tomado ahora mismo. Sigue nevando…

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